BUSCANDO EL DESTINO
Don Oscar se va quedando solo como
recuerdo de los idos, que será cuando se vaya él; quien subirá a los
campanarios de la iglesia de madrugada, quien anunciará el futuro como don
Oscar lo hacía.
El tiempo cambia ¿Por qué los apus abandonan a las planicies?, ya no
mandan lluvias. La pobreza está llegando como maldición de los dioses, también
las comarcas se van quedando solas ya no hay ajetreos como aquellos tiempos, la
tristeza va reinando, don Oscar y el profesor Valdez se sentaron en la plaza
del pueblo bajo la sombra de los cipreses, conversaban amenamente.
¡Valdez! dijo don Oscar, mientras el
profesor con atención lo miró.
Tú has abierto los ojos de mi pueblo,
por ello estamos contentos, también tristes.
Yo creo para el bien de los muchachos, contestó
Valdez.
Pero, dígame don Oscar, ¿Cuál es la
razón para tu tristeza?, recalco rápidamente el profesor.
Tuve un sueño que me hace zozobrar,
contestó
¡Un sueño!, cuéntame tu sueño don
Oscar, dijo
Tuve un sueño parecido al de Moisés en
Egipto, mi vaca blanca a la que más quiero, estaba tísica y había mal parido a
un becerro gordo, ciego sin orejas, pero caminaba sin confundirse, le dijo
Es un sueño de mal presagio, contestó
el profesor.
También llegaron muchos perros al
pueblo y se odiaban entre sí, un perro rojo y uno moro, se fueron en pelea
eterna, repuso don Oscar.
¡Que estamos haciendo con los muchachos
don Oscar! ¿Acaso he obrando mal?, contestó el profesor
No profesor Valdez, dijo don Oscar.
Entonces, preocupado se interrogaba el
profesor.
No, usted no profesor, dijo don Oscar
como calmado a la preocupación del maestro.
Es el destino profesor, el destino es
ingrato con los pueblos, repuso don Oscar.
No me di cuenta del destino, sólo
enseñé a los muchachos el mundo, dijo
Valdez.
Eso es meritorio profesor, sino fuera
por usted, nuestros muchachos no sabrían leer ni escribir, contestó con
cortesía don Oscar.
Yo vine con don Antonio a conocer estos
parajes, he conocido un mundo sublime de
ustedes, sólo que estaba en un letargo dormidos, contestó.
Tú llegaste del futuro al pasado,
encontrastes el amor de tu vida, y te olvidastes de los tuyos, dijo don Oscar,
aquí me siento bien, también aquí he hallado lo que más he anhelado, contestó.
Los muchachitos son tus apóstoles, se
irán a la ciudad grande allá donde todo existe, hallarán lo que se busca en la
vida, entonces ya no regresarán a la tierra donde la madre derramó su sangre al
parir, ¡eso me lastima Valdez!, le dijo.
Eso es la ley de la vida don Oscar,
contestó.
Ya lo creo, cuando más aprendemos, la
ambición y la codicia nos domina, repuso.
Eso es cierto don Oscar, dejémoslo en
la conciencia de los muchachitos, se darán cuenta y, retornarán aclaró el
maestro.
Don Oscar mira a cada momento a la
Iglesia, donde recibió el bautizo en su niñez, tal vez querrá preguntarle a la
Virgen del Rosario por el mañana de su pueblo y a Fray Martín por la voluntad,
por la tenacidad de los apóstoles, hasta donde llega el valor, valor que nos
domina para seguir persistiendo por el sueño idealizado.
De las dos esquinas de la plaza hay dos
bueyes que entran, los dos balan como buscándose, sus hasta y colas levantan,
caminan a trote moviendo sus cabezas, su respirar es fuerte con amargura,
escarban a la tierra con la pata delantera y balan, se miran con odio, don
Oscar viendo la escena manifestó.
El toro rojo es de Antaco y el negro es
de Quehue, dijo.
Cuál será la razón para la riña de estos
bueyes, dijo el profesor.
Es nuestra conciencia, contestó Oscar
¿Cómo lo distingues don Oscar?,
Preguntó el maestro
El toro de Quehue es el negro destino,
y el de Antaco es la claridad, contestó.
No entiendo estas vicisitudes don
Oscar, manifestó.
Aún no conoces lo hondo de la vida de
los pueblos, así como yo no entiendo, las vicisitudes de las ciudades, dijo.
En tanto, los bueyes se pelearon
ferozmente destruyeron las cercas de los
jardines.
Cuál ganará don Oscar, preguntó Valdez.
El negro contestó el viejo.
¿Por qué?, preocupado el maestro
interrogó.
El toro de Quehue es feroz, contestó.
No puede ser, yo quiero que gane el
rojo, repuso.
No será así, el negro es grande como
nuestra ignorancia, contestó.
Yo pensé, conocer más de lo vivido, de
la existencia, ahora me doy cuenta que no es así, me siento tan pequeño, dijo
el maestro.
Tú eres el buey rojo, yo el negro
destino, somos la desdicha eterna de los hombres, contestó el viejo.
Los bueyes cansados de pelarse, se
fueron, seguirán batallando en cualquier estepa, tal vez uno muera o se
desbarrancarán los dos, por la maldición de los que padecen.
El profesor y don Oscar, conversaron
demasiado y se propusieron seguir bregando por la voluntad del pueblo.
Después de gozar del paraíso serrano,
los apóstoles del profesor Valdez, se prepararon para el viaje a la ciudad
grande, a esa urbe magnífica llena de prosperidad, también de indolencia, será
la segunda prueba de aquellos muchachitos, con ilusión probarán su valor para
hallar el propósito. Aquellos días de marzo, las campanas de la iglesia
repicaron, en la plaza están los viajeros al futuro, los caballos esperan con
inquietud, de pronto, doña Anacleta inició con su canto triste de despedida,
los muchachitos derramaron sus lágrimas, el suelo lo recibió a sus lágrimas
como testimonio de sus retornos, todo fue súplica abrazos y besos, las madres
se secan sus ojos de sus lágrimas de emoción. Los muchachos montaron a los
caballos decididos a todo, tomaron las riendas con rigor y sus pies también
están seguros en el estribo; los caballos iniciaron con el trote, todo el
pueblo acompañó hasta Huishuiloma. De aquella lomada se alejaron hasta perderse
en la distancia; mientras sus padres miraban llorosos con jarahuis de petición
aclamaron a las montañas por la protección de sus hijos. Después Todos retornaron a sus casas con tristeza y a
la vez con alegría, cantaban y también bailaban contentos con la promesa de sus
vástagos. Un día retornarán al nido donde nacieron, con vestidura nueva de
madurez, y lo aprendido será para los pueblos de la nueva generación.
HUAMAN POMA II