HUAMAN POMA II
Testimonios del Holocausto del Mundo Andino
jueves, 5 de marzo de 2015
lunes, 17 de noviembre de 2014
Fragmento N° 2 del Libro Cauide
ROSENDO APAZA MAMANI
“EL ÚLTIMO SINCHI”
Oigo una balada
De lamento en el Páramo.
De enorme estela es
El funeral del Paria.
Oración miserable
Acompaña.
Solo está la sombra
De un niño harapiento.
Llorando está
Al pie de su única imagen
Que se va.
Un hombre camina en las altas
cumbres, bajando a los valles, llega a las haciendas de los patrones. Vende su fuerza a cambio de comida y coca, el
dinero no le importa, se traslada de un lugar a otro como el viento libre se
va, se lleva el misterio de la soledad sin preguntas ni respuestas.
Rosendo Apaza Mamani, llegó
una tarde sombría al aposento de mi abuelo en Cóndor Arma, en la espalda trae
un equipaje con sus pocas pertenencias, en el hombro trae también una enorme
barreta de acero, es su única propiedad de labranza, es alto, fornido como un
sinchi, de mirada fuerte, mestizo oscuro, de labios carnosos agrietados por el
cal que come con la coca, manos grandes, cuyos dedos están adornados por una
sortija de acero brillante, los pies descansan sobre una sandalia de jebe
negro, en el torso tiene un aro metálico, en los dedos grandes del pie están
puestas dos rodajes como anillos, en el brazo derecho lleva un brazalete
también de acero; ¡que adorno tan extraño! pensaba en mí mismo. Estos detalles
le retrataba a un hombre fuerte y tosco.
Mi abuelo le dio la
bienvenida, ambos confundieron sus miradas con saludo protocolar, levantaron
sus palmadas hasta la altura del corazón, Los dos se sentaron sobre dos troncos
yacientes en el patio. Rosendo bajó el equipaje de su espalda, poniéndolo en el
suelo desató la lliqlla, cuando quedó descubierto el equipaje, aparecieron
varias taleguitas de lana de vicuña, cada uno contiene aliños diversos para
comer con la coca; sacó de su pisqa, un manojo de coca fresca, ofreció a mi
abuelo el viejo lo recibió con sus dos manos juntas, bañó con su aliento como
aceptación de esta visita.
Mi abuelo dejó la coca en la
lliqlla tendida, poniéndose de pie, se fue al almacén, a su retorno trajo una
botella de aguardiente, ambos hombres, me parece, que están en un solemne acto.
Se echaron hoja por hoja la
coca en la boca, Rosendo ofreció a mi abuelo, los aliños de todas las
taleguitas, enseguida mi abuelo sirvió el aguardiente en dos copitas de vidrio,
ambos tincaron con el licor, seguro que brindaron con los Apus que circunda a
Cóndor Arma, fumando cigarro inca conversaron largo rato, sorbaron varias copas
de licor, parece que pactaron algún acuerdo importante. Mi abuelo se levantó
alegre; dirigiéndose a la cocina, ordenó a Daniela a servirle comida en los
platos más grandes a Rosendo. Esa tarde cenó sopa de morón intercalado con mote
y queso, de segundo le sirvieron guiso de papa con carne. Mi abuelo al darse
cuenta de mi afán intrigante, me presentó a Rosendo, me dijo que fuera igual
que él, yo me sentía impresionado por aquel Sinchi, le tocaba sus muslos, el
tocado de sus adornos, sus pies eran enormes, su mano también, su cintura
estaba fajado por el chumpi de múltiples colores, la bayeta que usa es de lana
de llama con tejido tosco, cuya camisa también es tejido de lana, sus flecos
son adornados con bordados con hilo
fino, en la pechera de la chaqueta se estiran dos Amarus de siete colores.
Al día siguiente, Rosendo se
levantó muy temprano a las cuatro de la mañana, se fue con una pala y dos
costales de yute a la chacra, de regreso trajo dos quintales de camote y
achira, entregó a Daniela, entonces ella se afanaba en la cocina preparando el
desayuno.
Con Rosendo nos sentamos
juntos en el patio, mientras esperamos la llamada de Daniela para tomar el
desayuno; le preguntaba a cada momento de su origen, porque era grandazo y foerzudo.
El se ríe y me palmea en la espalda como calmando mi inquietud. “Algo se de mi
vida y de mis padres”, me dijo, expirando un suspiro franqueador, se decidió
contarme; “ He venido caminando a pie desde el Qollao, salí de mi estancia muy
joven al morir mi padre, mis padres vivieron escondidos por siglos en Qaton
Machay cerca a Lampa, se que el padre de mi tatarabuelo era Sinchi constructor
de Qatun Ñan, se trasladaba de un lugar a otro con toda su familia, mi
tatarabuelo también era lo mismo, el eclipse lo sorprendió en la construcción
de Pucará, la pachamama nos abandonó y nos enseñó su cara negra, centauros nos
perseguían con látigos y espadas filudas. Mi tatarabuelo fue bestia de carga en
la época de la nina para, junto con los demás Sinchis trasladaron cargamentos
de los pachas blancos hasta el Océano. Muchos murieron de hambre y cansancio,
los tambos fueron incendiados y la hambruna llegó. Mi abuelo me contó que su
padre se escapó con varios Sinchis y se escondieron junto a la nieve donde los
blancos no podían llegar. Al inicio del nuevo siglo mi abuelo bajó de su
escondite a los valles de abajo, halló nuevos pueblos de mistis, junto con mi
abuela caminaron igual que yo, en sus espaldas traían chuño a los mistis, un
hacendado misti lo convenció para que trabaje en su hacienda. El patrón lo hizo
trabajar varias sequias para la expansión de su hacienda. En cierta ocasión,
llegaron varios arrieros a la hacienda, no fue suficiente las mulas para el
cargamento. Mi abuelo y muchos hombres más del lugar, se fueron a Bolivia con
el cargamento. Los patrones se odiaron y se fueron en guerra, juntaron a muchos
ingenuos y sometieron al cargamento, tenía que ser así, porque las bestias era
para los guerreros, caminaron miles de leguas, cruzaron montañas, desiertos, estando
en Pisagua fueron muertos con odio por los guerreros contrarios, para que sus
enemigos mueran de hambre. Mi abuelo escapó a duras penas con tres Sinchis mas,
se regresó hasta Qallapuqa, donde mi abuela le esperaba con mi padre a un niño,
en Qallapuqa quisieron asentarse a vivir, pero se enteraron que eran buscados
por traición y abandono de deber por el Capitán Maldonado, también se enteraron
de los tres Sinchis de su huida, habían sido hechos prisioneros y muertos en el
cuartel de Puno, –Por esa razón, tenían que regresar a las nieves a esconderse
de la gleba de los mercenarios. A la mujer de mi abuelo y mi abuela,
mi padre volvió
a bajar a los valles, conoció a mi madre, Rosenda en Qasa Qasa cerca a Putina; dice que
cuando mi madre nació, lo llevaron a la
iglesia del pueblo, por lo visto no tenía nombre, fue el Frayle que le puso por
nombre de Rosenda por la Virgen del Rosario que era Patrona del pueblo, también
me pusieron a mí el nombre de mi madre.
Con mi padre trabajamos
hacienda tras hacienda. Yo era cantero, arrojaba enormes piedras, abríamos
sequias, pulíamos las piedras para hacer túneles. Estando en la hacienda de los
Valcárcel, mi madre murió de joven al cruzar el río embravecido.
No tenía hermanos, solo con mi
padre realicé mi hombría, caminamos juntos por toda la nación, hace muchos años
pasamos por este paraje en camino al mar, con mi padre construimos el canal de
riego de la hacienda de Piedra Blanca de los Rodríguez y de los Barbarán; ahora
camino solo desde la muerte de mi padre en Qaton Machay.
Rosendo calló y nos quedamos
en profundo silencio, hasta que Daniela nos llamó a la cocina para tomar
desayuno; desde ese momento, sentí cariño por Rosendo y nos hicimos amigos
inseparables. Caminamos juntos, a veces me cargaba en sus hombros por mis pasos
lerdos, levantó hileras de muros con enormes piedras para la protección del
ganado. Mi abuelo ordenó a Rosendo la construcción de una sequia para el riego
de nuevas tierras; un domingo por la mañana se fue al lugar de los hechos a
verificar la obra, retornando por la tarde le comunicó a mi abuelo su decisión.
-¡Patrón!, le dijo, Dame cuatro meses para entregarle la obra, solamente le
solicito, mi ración de coca no me falte, ¡No te faltará Rosendo!, le contestó
mi abuelo.
Enseguida Rosendo inspeccionó
sus herramientas, pidió comba grande, cinceles y palanas, con una escofina
afiló a su barreta de tres pulgadas, por momentos lo bañaba con la humareda del
cigarro, como dándole palabras mágicas lo untaba con su aliento.
HUAMAN POMA II
viernes, 7 de noviembre de 2014
FRAGMENTO N° 2 DEL LIBRO “BATALLAS SIN RAZÓN EN LOS ANDES”
Ayacucho
prenda del alma.
Porque
pretendes que me vaya
Sin retorno me
voy
Ayayay
madrecita mía
Callecita de
mis sufrimientos
No dejes que
mi sangre
Se seque en tu
suelo
Con mi sangre
Riégalo al
trébol
Déjalo que
fluya por los ríos
Ayayay
campanita de Huamanga
Te encargo a
mi madre
Cuidado que
hagas llorar
Y si muero en
mi confundida esperanza
Quellpuycuy
mamaytaqa
Quellpuycuy
mamaytaqa
En silencio
todos los presentes escucharon cantar, entristecidos están, sorban el trago amargo
para calmar el momento, aquel momento de decisiones, entre tanto, doña Ignacia
se acercó a Edita y manifestó
Por qué cantas
así hijita, acaso algo estas declarando?
Mamita,
solamente estoy despidiéndome de todos ustedes, pronto partiré a Lima, contestó.
Hijita, no
entristezcas a tu corazón, tampoco a los tuyos, yo sé de tus emociones, tu
nombre siempre estará en el aural del cielo, repuso Ignacia.
Hay madre, tú
no sabes nada de la vida de esta paria, si supieras, a mi cadáver aventarías a
los perros, contestó.
De que te
culpas hijita, ¿Qué te sucede?, interrogó,
Nada que valga
la pena, contestó.
Algo
desgraciado ciento en mi corazón, mejor no vayas a Lima, dijo Ignacia.
Tengo que ir,
es el destino que me llama, manifestó
Aún es tiempo
a que te desanimes, repuso.
No! , Pronto
llegará el automóvil de mi esperanza, en ella me iré, hasta la entrada del
túnel de lo desconocido, contestó Edita.
Si eso es tu
decisión, yo estaré clamando al Qaerhuapazo por tu retorno, contestó.
Cuando los
perros aúllen en los caminos, es porque estoy retornando, cuando las campanas
de Huamanga doblen, estaré tocando tu puerta mamá Ignacia, manifestó.
Hijita, ya
deja esta guitarra, vamos a que duermas tienes que levantarte a las cuatro de
la mañana, dijo Ignacia y se fueron a dormir.
A las cuatro
de la mañana se despertó, de un salto se levantó de la cama, en silencio
caminó, entrando a la alcoba de mama Ignacia, con un beso en la frente la
despertó, Ignacia rauda se levantó,
Hijita no te
vayas, le dijo
Tengo que irme
mamá Ignacia, contestó
Las dos
mujeres se abrazaron en despedida profunda, ambas lloraron, hasta que Edita
salió por el portal de la casa, estando en la calle, siguió llorando con rabia
y pena, mientras también en la casa, lamentaba la partida de Edita, cómo
detenerla, cómo cambiar el destino para qué esta alma no siga cabalgando en el
potro de la muerte.
Huahuallay
churillay
Huarmaraqmi canqui
Amaya
causayniquita
Huañuyman quychu
Huaytaycuyraqya
sisanycuyraqya
Ichapas
sapiyqui
Huachanman
qaton runata
Ichapas
sapiyqui, huachanman
Allin runata
Musuq runata
Hijita mía
Aun eres joven
No entregues
tu vida a la muerte
Florece
todavía
De repente de
tus raíces
Salgan hombres
grandes
Hombres nuevos
Ignacia se
quedó sola cantando, hasta que los gallos anuncian el esplendor de un nuevo
día.
El bus
Ayacucho Lima dejó atrás a la ciudad, Edita está sentada en el asiento, está callada
y pensativa, allá en Lima le esperan
nuevos retos, retos que deberá llevar al éxito, eso es su propósito, tal vez la
derrota le espera, pero ella sabe lo que tiene que hacer, no en vano se ha
bautizado en mil combates, hasta ahora está invicta, no ha recibido rasguño
alguno del puñal en las lías acaecidas. Llegando a Lima, alquiló un pequeño
cuarto en Villa El Salvador, el cuarto es sólo para dormir, no existen
evidencias en el recinto, su cuartel de combate está en la quebrada la tinaja
camino a olleros. El camarada Pascual es su contacto, ellos no se conocen
físicamente, Pascual trae las ordenes y los mensajes del partido, lo deja en la
profundidad de la quebrada la tinaja, por las noches se entera y ejecuta sin
miramientos, las ordenes tiene que cumplirlas aunque la muerte le sorprenda.
Edita prepara
su manifiesto en la quebrada, ha tendido la mesa de las ofrendas, conversó con los
auquis, entregó su alma a las montañas, las montañas saben el momento, momentos
para la acción y su protección, en la oscuridad se puso a cantar el Ayataqui de
sus ancestros.
Qaton yana
qocha pacha
Chay
sonqoyquipi tuytuycachihuay
Yahuartam sutuchisaq
Cay toqo
llaqtapi
Toray toray
Caypaqchiqui
huachahuaranqui
Caypaqchiqui
causani
Toray toray
Laguna negra del mundo
Déjame navegar
en tu corazón
Voy a derramar
sangre
En este pueblo
obsceno
Para esto me
has parido
Para esto vivo
Escuchen,
escuchen
HUAMAN POMA II
viernes, 24 de octubre de 2014
PÁRRAFO DEL LIBRO DESPUÉS DE LA GUERRA
BUSCANDO EL DESTINO
Don Oscar se va quedando solo como
recuerdo de los idos, que será cuando se vaya él; quien subirá a los
campanarios de la iglesia de madrugada, quien anunciará el futuro como don
Oscar lo hacía.
El tiempo cambia ¿Por qué los apus abandonan a las planicies?, ya no
mandan lluvias. La pobreza está llegando como maldición de los dioses, también
las comarcas se van quedando solas ya no hay ajetreos como aquellos tiempos, la
tristeza va reinando, don Oscar y el profesor Valdez se sentaron en la plaza
del pueblo bajo la sombra de los cipreses, conversaban amenamente.
¡Valdez! dijo don Oscar, mientras el
profesor con atención lo miró.
Tú has abierto los ojos de mi pueblo,
por ello estamos contentos, también tristes.
Yo creo para el bien de los muchachos, contestó
Valdez.
Pero, dígame don Oscar, ¿Cuál es la
razón para tu tristeza?, recalco rápidamente el profesor.
Tuve un sueño que me hace zozobrar,
contestó
¡Un sueño!, cuéntame tu sueño don
Oscar, dijo
Tuve un sueño parecido al de Moisés en
Egipto, mi vaca blanca a la que más quiero, estaba tísica y había mal parido a
un becerro gordo, ciego sin orejas, pero caminaba sin confundirse, le dijo
Es un sueño de mal presagio, contestó
el profesor.
También llegaron muchos perros al
pueblo y se odiaban entre sí, un perro rojo y uno moro, se fueron en pelea
eterna, repuso don Oscar.
¡Que estamos haciendo con los muchachos
don Oscar! ¿Acaso he obrando mal?, contestó el profesor
No profesor Valdez, dijo don Oscar.
Entonces, preocupado se interrogaba el
profesor.
No, usted no profesor, dijo don Oscar
como calmado a la preocupación del maestro.
Es el destino profesor, el destino es
ingrato con los pueblos, repuso don Oscar.
No me di cuenta del destino, sólo
enseñé a los muchachos el mundo, dijo
Valdez.
Eso es meritorio profesor, sino fuera
por usted, nuestros muchachos no sabrían leer ni escribir, contestó con
cortesía don Oscar.
Yo vine con don Antonio a conocer estos
parajes, he conocido un mundo sublime de
ustedes, sólo que estaba en un letargo dormidos, contestó.
Tú llegaste del futuro al pasado,
encontrastes el amor de tu vida, y te olvidastes de los tuyos, dijo don Oscar,
aquí me siento bien, también aquí he hallado lo que más he anhelado, contestó.
Los muchachitos son tus apóstoles, se
irán a la ciudad grande allá donde todo existe, hallarán lo que se busca en la
vida, entonces ya no regresarán a la tierra donde la madre derramó su sangre al
parir, ¡eso me lastima Valdez!, le dijo.
Eso es la ley de la vida don Oscar,
contestó.
Ya lo creo, cuando más aprendemos, la
ambición y la codicia nos domina, repuso.
Eso es cierto don Oscar, dejémoslo en
la conciencia de los muchachitos, se darán cuenta y, retornarán aclaró el
maestro.
Don Oscar mira a cada momento a la
Iglesia, donde recibió el bautizo en su niñez, tal vez querrá preguntarle a la
Virgen del Rosario por el mañana de su pueblo y a Fray Martín por la voluntad,
por la tenacidad de los apóstoles, hasta donde llega el valor, valor que nos
domina para seguir persistiendo por el sueño idealizado.
De las dos esquinas de la plaza hay dos
bueyes que entran, los dos balan como buscándose, sus hasta y colas levantan,
caminan a trote moviendo sus cabezas, su respirar es fuerte con amargura,
escarban a la tierra con la pata delantera y balan, se miran con odio, don
Oscar viendo la escena manifestó.
El toro rojo es de Antaco y el negro es
de Quehue, dijo.
Cuál será la razón para la riña de estos
bueyes, dijo el profesor.
Es nuestra conciencia, contestó Oscar
¿Cómo lo distingues don Oscar?,
Preguntó el maestro
El toro de Quehue es el negro destino,
y el de Antaco es la claridad, contestó.
No entiendo estas vicisitudes don
Oscar, manifestó.
Aún no conoces lo hondo de la vida de
los pueblos, así como yo no entiendo, las vicisitudes de las ciudades, dijo.
En tanto, los bueyes se pelearon
ferozmente destruyeron las cercas de los
jardines.
Cuál ganará don Oscar, preguntó Valdez.
El negro contestó el viejo.
¿Por qué?, preocupado el maestro
interrogó.
El toro de Quehue es feroz, contestó.
No puede ser, yo quiero que gane el
rojo, repuso.
No será así, el negro es grande como
nuestra ignorancia, contestó.
Yo pensé, conocer más de lo vivido, de
la existencia, ahora me doy cuenta que no es así, me siento tan pequeño, dijo
el maestro.
Tú eres el buey rojo, yo el negro
destino, somos la desdicha eterna de los hombres, contestó el viejo.
Los bueyes cansados de pelarse, se
fueron, seguirán batallando en cualquier estepa, tal vez uno muera o se
desbarrancarán los dos, por la maldición de los que padecen.
El profesor y don Oscar, conversaron
demasiado y se propusieron seguir bregando por la voluntad del pueblo.
Después de gozar del paraíso serrano,
los apóstoles del profesor Valdez, se prepararon para el viaje a la ciudad
grande, a esa urbe magnífica llena de prosperidad, también de indolencia, será
la segunda prueba de aquellos muchachitos, con ilusión probarán su valor para
hallar el propósito. Aquellos días de marzo, las campanas de la iglesia
repicaron, en la plaza están los viajeros al futuro, los caballos esperan con
inquietud, de pronto, doña Anacleta inició con su canto triste de despedida,
los muchachitos derramaron sus lágrimas, el suelo lo recibió a sus lágrimas
como testimonio de sus retornos, todo fue súplica abrazos y besos, las madres
se secan sus ojos de sus lágrimas de emoción. Los muchachos montaron a los
caballos decididos a todo, tomaron las riendas con rigor y sus pies también
están seguros en el estribo; los caballos iniciaron con el trote, todo el
pueblo acompañó hasta Huishuiloma. De aquella lomada se alejaron hasta perderse
en la distancia; mientras sus padres miraban llorosos con jarahuis de petición
aclamaron a las montañas por la protección de sus hijos. Después Todos retornaron a sus casas con tristeza y a
la vez con alegría, cantaban y también bailaban contentos con la promesa de sus
vástagos. Un día retornarán al nido donde nacieron, con vestidura nueva de
madurez, y lo aprendido será para los pueblos de la nueva generación.
HUAMAN POMA II
jueves, 23 de octubre de 2014
PARRAFO DEL LIBRO BATALLAS SIN RAZON EN LOS ANDES
HUAÑUY HUAÑUY
CAUSAY CAUSAY
El día está extraño, muy extraño, en el pequeño terraplén del caserío de Qayara, vientos corren por la tarde, era más del medo día, hace mucho calor, el silencio reina, los lugareños aún están en sus chacras en labores de costumbre, solo algunos niños se quedaron en las casas con los ancianos que ya no tienen ánimo para trabajar, en los pequeños matorrales del terraplén, las chascharancas se afanan con sus quejas al día, algo presienten, en locura manifiestan sus advertencias misteriosas.
Don Gerardo y su nieto Inticha, retornan del rio cercano con pequeños montículos de leña para calentar el almuerzo en la casa, caminan lerdos y sudorosos por el calor que golpea, valentón camina detrás de ellos “curucha”, pequeña chaschita va correteando a los pajaritos que se le cruza en su caminar. Que dócil es la vida en los pueblos de la serranía, no hay quejas, tampoco pleitos, el tiempo transita sin detención, a consecuencia del ajetreo de los lugareños en sus chacras, vendrá el verdor y las cosechas, la felicidad es un gozo de armonía que viven los pueblos, pero, no están ajenos de las sorpresas iracundas que llegan como una interrogación sin respuestas. Al atardecer, todos vuelven de las chacras, al encierro de sus animales en los corrales, se disponen a la cena nocturna y se quedan dormidos hasta el nuevo día, la noche es la melodía de muchas sabandijas nocturnas, está oscuro, en el pequeño terraplén del pueblo, suceden cosas misteriosas que a la vista del mortal sucumben en alaridos tímidos los pensamientos, Inticha nieto de don Gerardo, apenas tiene cinco años de edad, no puede dormir, una razón extraña pulula en su pensamiento, se levanta de su cama y sale de la casa, en Apuro orina en los muros de la casa, la pequeña plazuela está cerca, con su agudo tímpano, escuchó música misteriosa de arpa y violín, eran los Huamanis espíritus de la Pachamama, Inticha se fué hasta la plazuela, la curiosidad le embargaba, llegando a ella, encontró a los músicos y dos danzantes. Inticha estaba emocionado al ver a los huamanis, los músicos no le dio importancia a la presencia del chiquillo, ellos estaban concentrados en su arte; el arpa y el violín en la atmósfera nocturna, qaparinco huañuy taquita, huamanicunapas, tusunco huañuy tusuyta, Inticha emocionado, palmeó la espalda del arpista y preguntó:
¿Imatataq huaylluycuchcanchiq?
Taqui onqoymi maqtacha, contestó el músico
¿Imataq ricurimonqa?, interrogó Inticha.
Yahuar mayom mastaconqa llaqtanchiqpi, repuso
¿Imanasqa? Volvió a interrogar.
Llumpay runacunam chayamunqa, inaptinmi sipinacunqa, manifestó el arpista.
Con el manifiesto del arpista, Inticha se quedó pasmado, no preguntó más, al divisar a los huamanis, contempló la competencia de danza mortal,
¡Cutichichcanmi, cutichichcanmi huañuyta, dijo el arpista.
Los huamanis entraron en agonía total de muerte, en reciprocidad se golpean con ferocidad, dan volteretas y brincos, sus pies se mueven tan rápidos sobre el anco quichca, sangran sus talones, tienen que ser más fuertes que la muerte, sólo así se podrá evitar el palenque de los sentenciados en la agonía fatídica, el violín llora en plenitud, el arpa también en su tormento sentencia a los que llegarán con el mensaje de la desgracia, todo está dicho. Al final llegó el misti, está vestido con un ropaje de casimir fino y sombrero blanco de mimbre también fino, se acercó muy cerca de Inticha y lo miró, Inticha sorprendido le preguntó
¿Pitaq cancqui, qatun runa misti?, dijo
¿Qanmiqui cani Intico!, contestó
¡Ñoqa! con admiración respondió
Yo soy el futuro, vengo del valle de los volcanes, dijo el misti.
Pitaq imataq ñacarinqa cay aya taqui casqanmanta, manifestó Inticha.
Tucuytam ricunqui, amam manchacunquicho, amam huaqanquicho cuyaqniqui huañuptinpas, dijo el misti.
¿Imataq canqa imataq canqa?, interrogó inti.
Uqlaya runacunam chayamuchcan, huañuymi causanqa cay llaqtapi, contestó el misti, mientras el niño escuchaba con atención, al instante desapareció el misti, también los huamanis, al retorno del niño a su casa, observó a varios hombres extraños, cruzaron al pueblo y desaparecieron en la oscuridad. Inticha llegando a su casa, se metió a su cama, pensó mucho en aquellas escenas de la noche malagüera, ¡no!, no es malagüero, son advertencias de alguna hada que navega en la atmósfera del tiempo, el sueño cierra los ojos de Inticha, está dormido, sus padres y hermanos también están en el recinto. La noche tranquila, se convirtió en zozobra, a la distancia no lejana del pueblo, dinamitas reventaron, las ametralladoras ladraron aniquilando a los guerreros, todo el pueblo despertó, don Gerardo advirtió a todos.
No salgan, no salgan de la casa, dijo.
¿Qué está sucediendo abuelo? Interrogó Inticha.
Son los soldados y los tucos, están en manifiesto de sus condenas respondió.
¡Cállense, cállense!, manifestó Eulogio padre de inti, no tengan miedo, no tengan miedo, dijo doña Sabina, el más pequeño de los niños, se puso a llorar, de inmediato Sabina dio teta para que no llore. Cada vez más cerca se escucha los disparos, por las calles del pueblo los combatientes vociferan, también hay quejas de los caídos, trotes maratónicos se escuchan. La mañana llegó en silencio sepulcral, Inticha subió a la marca, por la rendija de la ventana observó a la calle, hay muertos tirados en la calle, mira a la calle al clareo de la mañana, dos helicópteros tronaron en el cielo, aterrizó en el terraplén donde danzaron los huamanis, de sus boquetes salieron los soldados, en vilo corrieron por las calles, con certeras patadas a las puertas sacaron a la gente a empujones y a culatazos, todo es griterío infernal, los niños rogaron a los soldados por su salvación.
¡No nos maten no nos maten, les vamos a dar de comer! Decían
¡Padre!, donde estás, ¡escúchame!, Se oyó un ruego misterioso, pero, nadie vio al desdichado, salgamos de la casa, aclamó Eulogio, al instante salieron, todos se fueron a entregarse, al descuido de sus padres, Inticha en disimulo se separó y se escondió en un hoyo de piedras del corral de las vacas, desde el hoyo, vio todo, Pallcucha muchacho de quince años, se separó del tumulto y se escapó, al ver esto, un soldado dijo, ¡Alto!, pero Pallcucha siguió corriendo, entonces, el soldado disparó su arma en la espalda, Pallco cayó muerto, al ver esto, su madre corrió tras el cadáver, un soldado golpeó a la mujer con la culata del fusil en la espalda, la mujer se arrastró por la calle por su hijo, otro soldado le cercenó la cabeza. Todo el pueblo está en el terraplén, los soldados los Apuntan, el capitán a cargo está endemoniado, con palabras soeces trata.
¡Indios de mierda!, ¿Dónde están los tucos?
¡Contesten! decía.
¡Señor!, yo los vi, los tucos se fueron al río, contestó la anciana Mamerta.
¡Vieja de mierda!, tú sabes, ¿Quiénes son?, son tus hijos ¿no es así?, manifestó el capitán.
¡No señor!, yo sólo vi correr, dijo la anciana
El capitán desenfundó su pistola y lo Apuntó a la anciana.
¡Habla vieja!, habla o te vuelo los sesos, dijo
Toda la gente gritó
No lo mates por piedad señor, no lo mates dijo don Anselmo esposo de Mamerta.
¡Ah! No quieres que lo mate, entonces dime tú, quienes son los tucos, yo se que están aquí, dijo.
Nosotros no sabemos señor, respondió el anciano, todos lloraban, Eulogio estaba en silencio, no se quejaba, al ser visto por el capitán su actitud pausada, le dijo,
¡Ah! Tú eres mierda, da un paso adelante, ordenó
En silencio, el hombre avanzó un paso adelante.
¡Habla mierda!, ¿Cuántos son y donde se esconden? Manifestó el capitán, Eulogio no habla, está exhausto, no podía hablar, parece que con el miedo quedó mudo, el capitán ordenó a dos soldados golpearlo, le dieron culatazos en el pecho, en la espalda, cayó al suelo el hombre, lo golpearon con odio interminable, Eulogio no se quejaba, sólo ronca en fuerte respiración, al asecho, Sabina se lanzó llorando.
¡Por el amor de Dios, perdónanos!, suplicó la mujer, también lo golpearon a Sabina, don Gerardo se arrodilló pidiendo clemencia, sus hijos se quejaban impotentes.
¡Señor de los cielos!, sálvanos, dijo Gerardo.
Por cada soldado que muere, también mueren ustedes, vociferó el capitán mientras desde el hoyo escondido Inticha miraba a este juicio final, en su desesperación ahogada, quería gritar por la vida de sus padres, sus lágrimas resbaló por toda su cara, mordió su valor de impotencia, al no poder hacer nada, pensó en el misti de la noche.
Debo tener valor, clarito me dijo el misti de esta desgracia, murmuraba en su conciencia, vio como lo mataron a sus padres, el abuelo Gerardo se quedó con sus dos hermanos pequeños, los soldados se lo llevaron a los cadáveres a rumbo desconocido, todo el pueblo rogó por el cadáver de sus parientes, a la negativa del capitán, sólo les quedó el lamento, están llorando en el terraplén.
“Quisiera jurar un pacto con la muerte, para que su encanto, solo sea un beso frío de clemencia”
Exhausto salió del escondite, de sus decisiones devanea, miró a las víctimas de lejos, está su abuelo y sus dos hermanos en lástima, en su mente, está el misti de la plaza, recuerda de todo lo que le dijo, tomó el valor de irse al valle de los volcanes, allá estará esperándole, aquel hombre mestizo.
¡Taytay mamay, paniycuna yanaycuna!
Ripuchcaniñam, chincachcaniñam
Ucpunchaumi cutimusaq
Caytapunim cutiycachisaq
Musuq causaypi
Tiyacunanchispaq
Inticha cantó en lamento y se fue, llegó hasta la estancia de don Pelayo, estando en la casa de adobe y calamina, contó todo lo visto, don Pelayo maldecía, lloró también de rabia.
¡Suerte maldita! Porque tiene que ser así, vociferó don Pelayo.
¡Don Pelayo!, tú que conoces todos los caminos, llévame por una de ellas, dijo Inticha.
¿Por qué me pides eso?, aún eres pequeño, contestó Pelayo
¡Más vale pronto! Luego será tarde, contestó
Tienes que quedarte aquí, este es tu lugar, manifestó
A mis padres lo mataron, se lo llevaron a sus cuerpos, respondió Inticha.
Aun tu abuelo vive, tus hermanos también, dijo Pelayo
¡Cómo puedo vivir aquí!, el recuerdo me mataría, manifestó Inticha.
A los episodios vividos se lo lleva el tiempo, contestó Pelayo.
Quiero irme al valle de los volcanes, esperándome están los huamanis, también el mestizo, allá olvidaré todo lo que he visto y he padecido, respondió
Tus hermanos, tu abuelo te buscarán, dijo Pelayo
Con mi abuelo he conversado, contestó
El valle de los volcanes está lejos, dijo
No existe la distancia para el querer, manifestó Inti
Tal vez tienes razón Intico, de lo nefasto es mejor alejarnos, contestó Pelayo.
Inticha pasó en la casa de Pelayo por más de la mitad de mes, merodeaba a su abuelo, a sus dos hermanos menores, no se dejaba ver por ellos para no causar penas ni lágrimas, sus hermanos piensan que murió en la plazuela del pueblo, por eso ya no lo buscan tampoco preguntan por él, sólo el abuelo sabe que Inticha está vivo y estará observando de lejos como guardián de la fé amada. Era la víspera de su partida al valle de los volcanes, dormía en la cama de pellejos de llama y ovejas, erase la mitad de la noche, en su desvelo, escuchó los lamentos de una mujer en el río, es una canción desgarrada.
¡Amor
Si supieras amar
Sabrías lo que duele amar!
Intico, a dónde te vas
Acaso sabes lo que te espera en la distancia
Sólo te pido
Que no te olvides
No te olvides
Del atollo de tus talones en el barro
Las lágrimas de tu pueblo yace
En los besos del olvido
Pero tú eres varón
Hallarás la respuesta que buscas
Cuando el sol y la luna
Se encuentren en Qayara
Para condenar a la muerte para siempre.
Estarás presente
Para atestiguar en el juicio
HUAMAN POMA II
jueves, 2 de octubre de 2014
BATALLAS SIN RAZÓN EN LOS ANDES
INTRODUCCIÓN
Yo conocí al Sargento Huaroto, al Sargento Mendoza, también conocí a la Camarada Edita, conversé con cada uno de ellos de sus acciones en las guerras allá en los Andes de Ayacucho, Huancavelica y la Selva Central, ellos obedecieron los mandatos supremos de la sentencia, parece que, los que ordenan miran con sus ojos centellantes desde el hoyo profundo de la oscuridad, y los caballos de acero trotan sin conciencia dando muerte a los más sub limes de los ideales del hombre.
La comandante Edita y los Sargentos alimentaron a las quimeras sombras de mi existencia, en fantasía con emoción y amargura escribí sus testimonios imperdonables por lo que han hecho. Acudí a los Apus Sara Sara, Queronta y al mismo Qarhuarazo, pregunté a ellos por las insanias de las batallas sin razón en los Andes, ¿Por qué tiene que ser así?, ¿Por qué entregan estos hombres sus vidas al cruel espanto? ¿Chaynachu causay?, ¿así es la vida?
¡Solo acepta el presente! ¡Sigue botando tus espumas a lo infinito para que quede como testimonio en la historia, pronto llegará Pachacutichiq, para poner al mundo en su eje cabal.
¡Me contestaron los Apus!
Allinpaqchiqui cusicuni, allinpaqchiqui huaqani, ALlinpaqchiqui causani.
HUAMAN POMA II
DESPUÉS DE LA GUERRA
INTRODUCCIÓN
“Después de la Guerra”, que importan las guerras, con el ideal del patriotismo; matamos, dejamos en orfandad a mucha gente, del uno y del otro bando aniquilan a la vida en vano, después del tiempo sucedido, desechan los momentos épicos, se dan cuenta de la guerra, que, solo era el arrebato del momento histórico; las guerras traen riquezas para los que azuzan, mientras los combatientes se quedan con el desmedro en su conciencia.
En estos pasajes que narro, enarbolo al combatiente inocente, que entrega su vida por la causa de la patria, sin retribución alguna, solo la medalla le yergue en su corazón, el perdedor se conforma con la derrota, pero su corazón no acepta la lápida del olvido, ¿Para qué ser soldado?, si al final eres un hombre solitario que vagas por el mundo, contando uno a uno las victimas de tu brutalidad.
Después de la guerra. Los pueblos de tierra adentro continuaron con sus ajetreos de siempre. Las haciendas continúan con sus labriegos, los arrieros continúan en el camino grande, comerciando con mercancías llegados de lejos. Los barcos siguen llevando en sus hangares, cuantiosos cargamentos a los puertos de otros países, la economía no se detiene, aparecen nuevos ricos con la horda de la guerra, trazan el futuro a su manera.
El puerto de lomas, que se encuentra en la frontera de los departamentos de Ica y Arequipa, entre las provincias de Nazca y Caravelí, este pequeño puerto, fue testigo del movimiento económico de las provincias del sur medio, de las serranías y de las haciendas costeras, comerciaron desde la colonia con otras provincias y el mundo, el pequeño pueblo pesquero, estaba constituido por casas de madera pino traídos de Europa, con sus balconetes y balaustres de fierro forjado vislumbraba el carácter colonial y de la república naciente.
Esto es añorar, con aquellos recuerdos de la historia, poco a poco van desapareciendo con las nuevas construcciones. La historia de este pueblo desaparece, pero algún escritor bohemio, seguirá escribiendo la existencia de los pueblos olvidados, de esas gentes acaudaladas de valor, que levantaron a este país en condiciones más extremas.
Aquellos tiempos de las haciendas, en verdad fue de sosiego, no importa si fue de confrontación de clases; lo que importa es el verdor y la abundancia, de cómo los chacareros hormiguean en los algodonales, en los cañaverales, en las cosechas de todo fruto que nos da la tierra.
Era hermoso, ver a los jornaleros negros y mestizos; cómo avanzan por los callejones de las haciendas, con sus palanas en el hombro, como caminan alegres con las portaviandas en sus manos, llegando a la jornada, toman el desayuno sentados en filas, comen tortillas de harina y sal acompañado con agua y café, verlos en seguida, cómo se echaron al aporque, al desyerbe de los sembríos, los negros cantaban alabanzas a la tierra, las negras cantaban sus himnos de cuna, mientras algún negrito, jadea en su cuna en travesuras y rabietas, y la negra Celinda mima a su negrito Calín.
HUAMAN POMA II
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