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jueves, 28 de febrero de 2013

BREVES PASAJES DEL LIBRO “OCASO DEL TAHUANTINSUYO"

El curaqa con su comitiva en pleno, caminó hasta el recinto donde estuvo cautivo; entrando, levantó el brazo derecho, apoyándose en el muro, manifestó a los conquistadores ¡Les daremos dos cuartos de oro y dos también de plata, hasta donde llega mi brazada!, con esta decisión de Huallpa, los conquistadores se miraron maravillados, jubilosos se daban la mano unos a otros en son de triunfo; de pronto, se escuchó una voz ronca y grave, era un viejo al que llamaban Almagro, ¡un momento!, dijo; señalando manifestó, ¡que sea la brazada de ese indio!, el señalado era el Sinchi de Ancamarca quien se hallaba en el grupo de los prisioneros; Era Huascaq, se notaba un hombre gigante de dos metros y treinta y cinco aproximadamente, feo, horripilante, su carácter se distinguía de manso y noble, fornido, su rostro dominaba una mirada fuerte, sus labios superiores estaban marcados por un labio leporino; desde muy adentro de su mandíbula, se notaba sus dientes grandes y blancos. Huascaq se acercó al muro donde también se hallaba Huallpa, estiró sus brazos hacia lo alto, superó la brazada de Huallpa por un cuarto de brazada; al ver este acto, Pizarro manifestó, ¡Así sea, y se escriba así en nombre de su majestad de España!, Ordenó a sus escribanos. Al salir del recinto, Huascaq vio a un grupo de ñustas, los jinetes las habían capturado y las hacían su mujer, las ñustas se defendían de la deshonra como felinas; mientras los jinetes las golpeaban, las jalaban de sus trenzas, por un descuido del malhechor, una ñusta logró quitarle su daga y se clavó en el vientre quitándose la vida, otras fueron eliminadas por los mismos jinetes, al ver este acto, Huascaq se enfureció, se enfrentó a los malhechores; de un manotazo rompió los trocos y piedras de la barricada; al atestiguar esto, Pizarro ordenó lacearlo a Huascaq, los jinetes montaron a sus caballos tratando de enredarlo; pero, con una fuerza descomunal, desenredándose rápidamente levantó una piedra enorme y golpeó a los dos caballos en la cabeza dejándolos muertos en el acto; en los conquistadores se agravó el desorden, desesperados, una veintena de gendarmes se les fue encima de Huascaq, uno a uno fueron arrojados a varias varas de distancia; al no poder controlarlo, los barbados dispararon arcabuces y mosquetes al cuerpo, ensangrentado el Sinchi, no caía; le hundieron espadas y no moría; montó un jinete a caballo con una enorme hacha, le golpeó en la nuca el cautivo decapitado; su cuerpo cayó pesadamente sobre el barro de sangre.

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