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jueves, 23 de octubre de 2014

PARRAFO DEL LIBRO BATALLAS SIN RAZON EN LOS ANDES



HUAÑUY HUAÑUY
CAUSAY CAUSAY



El día está extraño, muy extraño, en el pequeño terraplén del caserío de Qayara, vientos corren por la tarde, era más del medo día, hace mucho calor, el silencio reina, los lugareños aún están en sus chacras en labores de costumbre, solo algunos niños se quedaron en las casas con los ancianos que ya no tienen ánimo para trabajar, en los pequeños matorrales del terraplén, las chascharancas se afanan con sus quejas al día, algo presienten, en locura manifiestan sus advertencias misteriosas.

Don Gerardo y su nieto Inticha, retornan del rio cercano con pequeños montículos de leña para calentar el almuerzo en la casa, caminan lerdos y sudorosos por el calor que golpea, valentón camina detrás de ellos “curucha”, pequeña chaschita va correteando a los pajaritos que se le cruza en su caminar. Que dócil es la vida en los pueblos de la serranía, no hay quejas, tampoco pleitos, el tiempo transita sin detención, a consecuencia del ajetreo de los lugareños en sus chacras, vendrá el verdor y las cosechas, la felicidad es un gozo de armonía que viven los pueblos, pero, no están ajenos de las sorpresas iracundas que llegan como una interrogación sin respuestas. Al atardecer, todos vuelven de las chacras, al encierro de sus animales en los corrales, se disponen a la cena nocturna y se quedan dormidos hasta el nuevo día, la noche es la melodía de muchas sabandijas  nocturnas, está oscuro, en el pequeño terraplén del pueblo, suceden cosas misteriosas que a la vista del mortal sucumben en alaridos  tímidos los pensamientos, Inticha nieto de don Gerardo, apenas tiene cinco años de edad, no puede dormir, una razón extraña pulula en su pensamiento, se levanta de su cama y sale de la casa, en Apuro orina en los muros de la casa, la pequeña plazuela está cerca, con su agudo tímpano, escuchó música misteriosa de arpa y violín, eran los Huamanis espíritus de la Pachamama, Inticha se fué hasta la plazuela, la curiosidad le embargaba, llegando a ella, encontró a los músicos y dos danzantes. Inticha estaba emocionado al ver a los huamanis, los músicos no le dio importancia a la presencia del chiquillo, ellos estaban concentrados en su arte; el arpa y el violín en la atmósfera nocturna, qaparinco huañuy taquita, huamanicunapas, tusunco huañuy tusuyta, Inticha emocionado, palmeó la espalda del arpista y preguntó:
¿Imatataq huaylluycuchcanchiq?
Taqui onqoymi maqtacha, contestó el músico
¿Imataq ricurimonqa?, interrogó Inticha.
Yahuar mayom mastaconqa llaqtanchiqpi, repuso
¿Imanasqa? Volvió a interrogar.
Llumpay runacunam chayamunqa, inaptinmi sipinacunqa, manifestó el arpista.
Con el manifiesto del arpista, Inticha se quedó pasmado, no preguntó más, al divisar a los huamanis, contempló la competencia de danza mortal,
¡Cutichichcanmi, cutichichcanmi huañuyta, dijo el arpista.

Los huamanis entraron en agonía total de muerte, en reciprocidad se golpean con ferocidad, dan volteretas y brincos, sus pies se mueven tan rápidos sobre el anco quichca, sangran sus talones, tienen que ser más fuertes que la muerte, sólo así se podrá evitar el palenque de los sentenciados en la agonía fatídica, el violín llora en plenitud, el arpa también en su tormento sentencia a los que llegarán con el mensaje de la desgracia, todo está dicho. Al final llegó el misti, está vestido con un ropaje de casimir fino y sombrero blanco de mimbre también fino, se acercó muy cerca de Inticha y lo miró, Inticha sorprendido le preguntó
¿Pitaq cancqui, qatun runa misti?, dijo
¿Qanmiqui cani Intico!, contestó
¡Ñoqa! con admiración respondió
Yo soy el futuro, vengo del valle de los volcanes, dijo el misti.
Pitaq imataq ñacarinqa cay aya taqui casqanmanta, manifestó Inticha.
Tucuytam ricunqui, amam manchacunquicho, amam huaqanquicho cuyaqniqui huañuptinpas, dijo el misti.
¿Imataq canqa imataq canqa?, interrogó inti.
Uqlaya runacunam chayamuchcan, huañuymi causanqa cay llaqtapi, contestó el misti, mientras el niño escuchaba con atención, al instante desapareció el misti, también los huamanis, al retorno del niño a su casa, observó a varios hombres extraños, cruzaron al pueblo y desaparecieron en la oscuridad. Inticha llegando a su casa, se metió a su cama, pensó mucho en aquellas escenas de la noche malagüera, ¡no!, no es malagüero, son advertencias de alguna hada que navega en la atmósfera del tiempo, el sueño cierra los ojos de Inticha, está dormido, sus padres y hermanos también están en el recinto. La noche tranquila, se convirtió en zozobra, a la distancia no lejana del pueblo, dinamitas reventaron, las ametralladoras ladraron aniquilando a los guerreros, todo el pueblo despertó, don Gerardo advirtió a todos.
No salgan, no salgan de la casa, dijo.
¿Qué está sucediendo abuelo? Interrogó Inticha.
Son los soldados y los tucos, están en manifiesto de sus condenas respondió.
¡Cállense, cállense!, manifestó Eulogio padre de inti, no tengan miedo, no tengan miedo, dijo doña Sabina, el más pequeño de los niños, se puso a llorar, de inmediato Sabina dio  teta para que no llore. Cada vez más cerca se escucha los disparos, por las calles del pueblo los combatientes vociferan, también hay quejas de los caídos, trotes maratónicos se escuchan. La mañana llegó en silencio sepulcral, Inticha subió a la marca, por la rendija de la ventana observó a la calle, hay muertos tirados en la calle, mira a la calle al clareo de la mañana, dos helicópteros tronaron en el cielo, aterrizó en el terraplén donde danzaron los huamanis, de sus boquetes salieron los soldados, en vilo corrieron por las calles, con certeras patadas a las puertas sacaron a la gente a empujones y a culatazos, todo es griterío infernal, los niños rogaron  a los soldados por su salvación.
¡No nos maten no nos maten, les vamos a dar de comer! Decían
¡Padre!, donde estás, ¡escúchame!, Se oyó un ruego misterioso, pero, nadie vio al desdichado, salgamos de la casa, aclamó Eulogio, al instante salieron, todos se fueron a entregarse, al descuido de sus padres, Inticha en disimulo se separó y se escondió en un hoyo de piedras del corral de las vacas, desde el hoyo, vio todo, Pallcucha muchacho de quince años, se separó del tumulto y se escapó, al ver esto, un soldado dijo, ¡Alto!, pero Pallcucha siguió corriendo, entonces, el soldado disparó su arma en la espalda, Pallco cayó muerto, al ver esto, su madre corrió tras el cadáver, un soldado golpeó a la mujer con la culata del fusil en la espalda, la mujer se arrastró por la calle por su hijo, otro soldado le cercenó la cabeza. Todo el pueblo está en el terraplén, los soldados los Apuntan, el capitán a cargo está endemoniado, con palabras soeces trata.
¡Indios de mierda!, ¿Dónde están los tucos?
¡Contesten! decía.
¡Señor!, yo los vi, los tucos se fueron al río, contestó la anciana Mamerta.
¡Vieja de mierda!, tú sabes, ¿Quiénes son?, son tus hijos ¿no es así?, manifestó el capitán.
¡No señor!, yo sólo vi correr, dijo la anciana
El capitán desenfundó su pistola y lo Apuntó a la anciana.
¡Habla vieja!, habla o te vuelo los sesos, dijo
Toda la gente gritó
No lo mates por piedad señor, no lo mates dijo don Anselmo esposo de Mamerta.
¡Ah! No quieres que lo mate, entonces dime tú, quienes son los tucos, yo se que están aquí, dijo.
Nosotros no sabemos señor, respondió el anciano, todos lloraban, Eulogio estaba en silencio, no se quejaba, al ser visto por el capitán su actitud pausada, le dijo,
¡Ah! Tú eres mierda, da un paso adelante, ordenó
En silencio, el hombre avanzó un paso adelante.
¡Habla mierda!, ¿Cuántos son y donde se esconden? Manifestó el capitán, Eulogio no habla, está exhausto, no podía hablar, parece que con el miedo quedó mudo, el capitán ordenó a dos soldados golpearlo, le dieron culatazos en el pecho, en la espalda, cayó al suelo el hombre, lo golpearon con odio interminable, Eulogio no se quejaba, sólo ronca en fuerte respiración, al asecho, Sabina se lanzó llorando.
¡Por el amor de Dios, perdónanos!, suplicó la mujer, también lo golpearon  a Sabina, don Gerardo se arrodilló pidiendo clemencia, sus hijos se quejaban impotentes.
¡Señor de los cielos!, sálvanos, dijo Gerardo.
Por cada soldado que muere, también mueren ustedes, vociferó el capitán mientras desde el hoyo escondido Inticha miraba a este juicio final, en su desesperación ahogada, quería gritar por la vida de sus padres, sus lágrimas resbaló por toda su cara, mordió su valor de impotencia, al no poder hacer nada, pensó en el misti de la noche.
Debo tener valor, clarito me dijo el misti de esta desgracia, murmuraba en su conciencia, vio como lo mataron a sus padres, el abuelo Gerardo se quedó con sus dos hermanos pequeños, los soldados se lo llevaron a los cadáveres a rumbo desconocido, todo el pueblo rogó por el cadáver de sus parientes, a la negativa del capitán, sólo les quedó el lamento, están llorando en el terraplén.
“Quisiera jurar un pacto con la muerte, para que su encanto, solo sea un beso frío de clemencia”
Exhausto salió del escondite, de sus decisiones devanea, miró a las víctimas de lejos, está su abuelo y sus dos hermanos en lástima, en su mente, está el misti de la plaza, recuerda de todo lo que le dijo, tomó el valor de irse al valle de los volcanes, allá estará esperándole, aquel hombre mestizo.

¡Taytay mamay, paniycuna yanaycuna!
Ripuchcaniñam, chincachcaniñam
Ucpunchaumi cutimusaq
Caytapunim cutiycachisaq
Musuq causaypi
Tiyacunanchispaq

Inticha cantó en lamento y se fue, llegó hasta la estancia de don Pelayo, estando en la casa de adobe y calamina, contó todo lo visto, don Pelayo maldecía, lloró también de rabia.
¡Suerte maldita! Porque tiene que ser así, vociferó don Pelayo.
¡Don Pelayo!, tú que conoces todos los caminos, llévame por una de ellas, dijo Inticha.
¿Por qué me pides eso?, aún eres pequeño, contestó Pelayo
¡Más vale pronto! Luego será tarde, contestó
Tienes que quedarte aquí, este es tu lugar, manifestó
A mis padres lo mataron, se lo llevaron a sus cuerpos, respondió Inticha.
Aun tu abuelo vive, tus hermanos también, dijo Pelayo
¡Cómo puedo vivir aquí!, el recuerdo me mataría, manifestó Inticha.
A los episodios vividos se lo lleva el tiempo, contestó Pelayo.
Quiero irme al valle de los volcanes, esperándome están los huamanis, también el mestizo, allá olvidaré todo lo que he visto y he padecido, respondió
Tus hermanos, tu abuelo te buscarán, dijo Pelayo
Con mi abuelo he conversado, contestó
El valle de los volcanes está lejos, dijo
No existe la distancia para el querer, manifestó Inti
Tal vez tienes razón Intico, de lo nefasto es mejor alejarnos, contestó Pelayo.
Inticha pasó en la casa de Pelayo por más de la mitad de mes, merodeaba a su abuelo, a sus dos hermanos menores, no se dejaba ver por ellos para no causar penas ni lágrimas, sus hermanos piensan que murió en la plazuela del pueblo, por eso ya no lo buscan tampoco preguntan por él, sólo el abuelo sabe que Inticha está vivo y estará observando de lejos como guardián de la fé amada. Era la víspera de su partida al valle de los volcanes, dormía en la cama de pellejos de llama y ovejas, erase la mitad de la noche, en su desvelo, escuchó los lamentos de una mujer en el río, es una canción desgarrada.

¡Amor
Si supieras amar
Sabrías lo que duele amar!

Intico, a dónde te vas
Acaso sabes lo que te espera en la distancia
Sólo te pido
Que no te olvides
No te olvides
Del atollo de tus talones en el barro
Las lágrimas de tu pueblo yace
En los besos del olvido
Pero tú eres varón
Hallarás la respuesta que buscas
Cuando el sol y la luna
Se encuentren en Qayara
Para condenar a la muerte para siempre.
Estarás presente
Para atestiguar en el juicio

HUAMAN POMA II

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