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viernes, 24 de octubre de 2014

PÁRRAFO DEL LIBRO DESPUÉS DE LA GUERRA



BUSCANDO EL DESTINO

Don Oscar se va quedando solo como recuerdo de los idos, que será cuando se vaya él; quien subirá a los campanarios de la iglesia de madrugada, quien anunciará el futuro como don Oscar lo hacía.

El tiempo cambia ¿Por qué  los apus abandonan a las planicies?, ya no mandan lluvias. La pobreza está llegando como maldición de los dioses, también las comarcas se van quedando solas ya no hay ajetreos como aquellos tiempos, la tristeza va reinando, don Oscar y el profesor Valdez se sentaron en la plaza del pueblo bajo la sombra de los cipreses, conversaban amenamente.
¡Valdez! dijo don Oscar, mientras el profesor con atención lo miró.
Tú has abierto los ojos de mi pueblo, por ello estamos contentos, también tristes.
Yo creo para el bien de los muchachos, contestó Valdez.
Pero, dígame don Oscar, ¿Cuál es la razón para tu tristeza?, recalco rápidamente el profesor.
Tuve un sueño que me hace zozobrar, contestó
¡Un sueño!, cuéntame tu sueño don Oscar, dijo
Tuve un sueño parecido al de Moisés en Egipto, mi vaca blanca a la que más quiero, estaba tísica y había mal parido a un becerro gordo, ciego sin orejas, pero caminaba sin confundirse, le dijo
Es un sueño de mal presagio, contestó el profesor.
También llegaron muchos perros al pueblo y se odiaban entre sí, un perro rojo y uno moro, se fueron en pelea eterna, repuso don Oscar.
¡Que estamos haciendo con los muchachos don Oscar! ¿Acaso he obrando mal?, contestó el profesor
No profesor Valdez, dijo don Oscar.
Entonces, preocupado se interrogaba el profesor.
No, usted no profesor, dijo don Oscar como calmado a la preocupación del maestro.
Es el destino profesor, el destino es ingrato con los pueblos, repuso don Oscar.
No me di cuenta del destino, sólo enseñé a los muchachos  el mundo, dijo Valdez.

Eso es meritorio profesor, sino fuera por usted, nuestros muchachos no sabrían leer ni escribir, contestó con cortesía don Oscar.
Yo vine con don Antonio a conocer estos parajes, he conocido un mundo sublime  de ustedes, sólo que estaba en un letargo dormidos, contestó.
Tú llegaste del futuro al pasado, encontrastes el amor de tu vida, y te olvidastes de los tuyos, dijo don Oscar, aquí me siento bien, también aquí he hallado lo que más he anhelado, contestó.
Los muchachitos son tus apóstoles, se irán a la ciudad grande allá donde todo existe, hallarán lo que se busca en la vida, entonces ya no regresarán a la tierra donde la madre derramó su sangre al parir, ¡eso me lastima Valdez!, le dijo.
Eso es la ley de la vida don Oscar, contestó.
Ya lo creo, cuando más aprendemos, la ambición y la codicia nos domina, repuso.
Eso es cierto don Oscar, dejémoslo en la conciencia de los muchachitos, se darán cuenta y, retornarán aclaró el maestro.
Don Oscar mira a cada momento a la Iglesia, donde recibió el bautizo en su niñez, tal vez querrá preguntarle a la Virgen del Rosario por el mañana de su pueblo y a Fray Martín por la voluntad, por la tenacidad de los apóstoles, hasta donde llega el valor, valor que nos domina para seguir persistiendo por el sueño idealizado.

De las dos esquinas de la plaza hay dos bueyes que entran, los dos balan como buscándose, sus hasta y colas levantan, caminan a trote moviendo sus cabezas, su respirar es fuerte con amargura, escarban a la tierra con la pata delantera y balan, se miran con odio, don Oscar viendo la escena manifestó.
El toro rojo es de Antaco y el negro es de Quehue, dijo.
Cuál será la razón para la riña de estos bueyes, dijo el profesor.
Es nuestra conciencia, contestó Oscar
¿Cómo lo distingues don Oscar?, Preguntó el maestro
El toro de Quehue es el negro destino, y el de Antaco es la claridad, contestó.
No entiendo estas vicisitudes don Oscar, manifestó.
Aún no conoces lo hondo de la vida de los pueblos, así como yo no entiendo, las vicisitudes de las ciudades, dijo.
En tanto, los bueyes se pelearon ferozmente destruyeron  las cercas de los jardines.
Cuál ganará don Oscar, preguntó Valdez.
El negro contestó el viejo.
¿Por qué?, preocupado el maestro interrogó.
El toro  de Quehue es feroz, contestó.
No puede ser, yo quiero que gane el rojo, repuso.
No será así, el negro es grande como nuestra ignorancia, contestó.
Yo pensé, conocer más de lo vivido, de la existencia, ahora me doy cuenta que no es así, me siento tan pequeño, dijo el maestro.
Tú eres el buey rojo, yo el negro destino, somos la desdicha eterna de los hombres, contestó el viejo.
Los bueyes cansados de pelarse, se fueron, seguirán batallando en cualquier estepa, tal vez uno muera o se desbarrancarán los dos, por la maldición de los que padecen.
El profesor y don Oscar, conversaron demasiado y se propusieron seguir bregando por la voluntad del pueblo.

Después de gozar del paraíso serrano, los apóstoles del profesor Valdez, se prepararon para el viaje a la ciudad grande, a esa urbe magnífica llena de prosperidad, también de indolencia, será la segunda prueba de aquellos muchachitos, con ilusión probarán su valor para hallar el propósito. Aquellos días de marzo, las campanas de la iglesia repicaron, en la plaza están los viajeros al futuro, los caballos esperan con inquietud, de pronto, doña Anacleta inició con su canto triste de despedida, los muchachitos derramaron sus lágrimas, el suelo lo recibió a sus lágrimas como testimonio de sus retornos, todo fue súplica abrazos y besos, las madres se secan sus ojos de sus lágrimas de emoción. Los muchachos montaron a los caballos decididos a todo, tomaron las riendas con rigor y sus pies también están seguros en el estribo; los caballos iniciaron con el trote, todo el pueblo acompañó hasta Huishuiloma. De aquella lomada se alejaron hasta perderse en la distancia; mientras sus padres miraban llorosos con jarahuis de petición aclamaron a las montañas por la protección de sus hijos. Después  Todos retornaron a sus casas con tristeza y a la vez con alegría, cantaban y también bailaban contentos con la promesa de sus vástagos. Un día retornarán al nido donde nacieron, con vestidura nueva de madurez, y lo aprendido será para los pueblos de la nueva generación.

HUAMAN POMA II


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